Se
prohíbe sembrar la discordia, no sólo porque es más fácil sembrar
miosotis, albahaca o tulipanes, sino porque las semillas de la discordia
hacen crecer árboles siniestros en los que acaban ahorcándose las
esperanzas;
se prohíbe odiar porque el que odia produce – como las serpientes – su propio veneno; sólo que no se lo inocula a los demás, sino que se lo inyecta a sí mismo;
se prohíbe odiar porque el que odia produce – como las serpientes – su propio veneno; sólo que no se lo inocula a los demás, sino que se lo inyecta a sí mismo;
se
prohíbe prohibir las palabras que nos iluminan y nos conducen y nos
definen como amor, amistad, tolerancia, respecto, convivencia;
se prohíbe rendir culto a la tristeza porque ésta es una yedra mala que termina por destruir el árbol que la acoge;
se prohíbe rendir culto a la tristeza porque ésta es una yedra mala que termina por destruir el árbol que la acoge;
se prohíben la soberbia y la envidia porque la una nos llena de viento hasta reventar y la otra nos anega de bilis hasta la agonía;
se prohíben los brazos cruzados y las manos crispadas y los corazones de piedra, para que crezcan libremente los abrazos de generosidad y de ternura, para que las manos se abran como madrugadas de cinco caminos sobre el mundo, y para que el corazón dé una cosecha de entendimiento y de fraternidad que alcance para todos.
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